Si te aferras a tu pareja, destruirás el amor mismo al que te aferras. En cambio, cuando trasciendes tu estado de dependencia, empiezas a poder darle lo que verdaderamente necesita: amor incondicional.
Curiosamente, desde el desapego entiendes que no puedes dar libertad. Más que nada porque es un derecho inherente a cualquier ser humano. Tan solo puedes reconocer, aceptar y respetar la independencia y autonomía de tu compañero sentimental. Es entonces cuando dejas de esclavizarlo y de esclavizarte. Al emplear con sabiduría tu propia libertad, comprendes que su libertad no puede hacerte daño.
Si no lo has hecho ya, atrévete a sacar el amor de la jaula. Déjalo ir. Si vuelve es porque verdaderamente elije estar contigo. Y te escoge precisamente por ser una persona amorosa. Por lo mucho que lo amas. No le tengas miedo a la libertad. ¡Madura de una vez!
Hazte responsable de tus pensamientos, palabras, decisiones y acciones. Sé la mejor opción del mercado para tu pareja. Recupera el espíritu y la forma de relacionarte de cuando eráis novios. Recuerda cuando no os veíais cada día. Antes de quedar, te preparabas para estar en disposición de gozar al máximo del tiempo que estuviérais juntos. No dabas al otro por sentado. Te lo tenías que currar. Sabías que no te pertenecía. Que era libre. Y que te eligía cada día. Recuerda como la distancia mantenía vivos la atracción y el deseo. Había espacios para echaros de menos.
La paradoja es que cuanta más libertad das, más amor recibes. Movido por el compromiso –y no por la obligación– tu pareja se siente con mucha más energía y entusiasmo para amarte de verdad.
Blog: @borjavilaseca